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Arte Cristiano es el arte religioso del cristianismo, las obras de arte inspiradas por sentimientos religiosos cristianos, o creadas para ilustrar, suplementar y representar en una forma tangible el mensaje cristiano.
Al ser el cristianismo la religión dominante en la civilización occidental desde el siglo IV, el arte cristiano se identifica con la mayor parte de las producciones artísticas de la Edad Media en Europa y siguió siendo muy importante durante toda la Edad Moderna, además de extenderse geográficamente. La secularización de la sociedad ha restringido al arte cristiano dentro de las principales corrientes artísticas de la Edad Contemporánea.
Como arte sacro, para los creyentes el arte cristiano tiene como fin esencial el culto. Edificios, imágenes (íconos) y objetos litúrgicos se consagran, con lo que dejan de ser simples obras de arte. Desde el cristianismo primitivo, y sobre todo en la Edad Media, los templos y monasterios se identificaban con las reliquias de los santos y mártires que contenían y que los denominaban. No sólo las reliquias o las denominadas vera icon ("verdaderas imágenes" de Cristo), sino muchas otras imágenes, adquirieron fama de milagrosas y suscitaron peregrinaciones llegando a extremos de religiosidad popular que suscitó discrepancias entre el propio clero, pues mientras unos defendían la virtud de estas devociones, otros las condenaban por supersticiosas o incluso idolátricas.
Casi todos los grupos cristianos usan o han usado de alguna manera el arte aunque la importancia que se da al arte y a los distintos artes, así como a los medios, estilos y representaciones usadas, difieren notablemente entre católicos y protestantes. Incluso la música religiosa y la arquitectura religiosa, a pesar de ser vehículos más abstractos, expresan de forma evidente las diferencias o cualquier mensaje que se pretendiera incluir (a través del canto litúrgico o de las formas arquitectónicas alegóricas -elipse abierta de la Plaza de San Pedro-). Las artes figurativas (pintura religiosa y escultura religiosa), que son rechazados de forma radical por los movimientos iconoclastas, se emplean de forma también distinta a pesar de que los temas son en gran parte comunes: la representación del ciclo de la vida de Cristo y algunos ciclos del Antiguo Testamento. Las representaciones de los santos son más abundantes en el catolicismo, el anglicanismo y la Iglesia ortodoxa aunque no están ausentes de los altares luteranos. En los templos católicos tradicionales se aprecia la abundancia y abigarramiento de todo tipo de representaciones pictóricas y escultóricas (horror vacui), no sólo en el altar mayor, sino incluso en las múltiples capillas laterales, en elementos como el púlpito o la pila bautismal o incluso en el artesonado o las vidrieras. De forma diferenciada según el periodo histórico, las paredes se cubren con frescos (o se ocultan con lienzos o retablos) y todo tipo de elementos arquitectónicos sirven de soporte para la escultura (capiteles historiados, tímpanos, gárgolas), incluso en zonas no visibles por los fieles (se entiende que el destinatario de la obra es Dios, que todo lo ve), y hasta el suelo se cubre de lápidas. La decoración de las iglesias ortodoxas es incluso más abrumadora (iconostasis, mosaicos, indumentaria y orfebrería religiosa). En cambio, la simplicidad de que hacen gala los altares evangélicos fue imitada en las algunas nuevas construcciones de iglesias católicas a partir del Concilio Vaticano II.
Cada pieza de arte cristiano, sin importar el medio, o el personaje, evento, pasaje bíblico (las pericopas, las parábolas) o concepto específico que represente, suele contener símbolos identificativos de la rama del cristianismo que lo produjo. A pesar de que existen algunos referentes comunes, conceptuales (amor -agape- y salvación como vida verdadera o vida eterna y triunfo sobre la muerte), textuales (la Biblia) o icónicos (la Cruz, las Imágenes de Jesús) ninguno de ellos tiene en realidad una total identidad, ni una lectura o interpretación común, lo que se expresa también en formas diferenciadas, a veces sutilmente, pero de manera suficiente como para que cada grupo identifique las suyas y considere ajenas y heterodoxas las de los demás: ni la Biblia es la misma, ni en las partes que sí coinciden su lectura coincide, ni el amor cristiano significa lo mismo, ni la salvación se consigue de la misma forma, ni la cruz se construye de la misma manera.
No obstante, la iconografía se centra en los mecanismos identificativos internos: cada rasgo facial (si el apóstol tiene barba o es calvo), cada color (si la túnica de Cristo es roja o el manto de la Virgen azul -lo habitual, aunque no es inusual utilizar otros, por criterios conceptuales, estéticos, y hasta económicos-, si se emplea el dorado para el fondo o los nimbos -además de su uso como colores litúrgicos-), cada sutil gesto de las manos (que oran, bendicen, acarician, ofrecen, oran, rechazan, señalan, etc.), cada objeto o parte del entorno, están convencionalmente fijados (a veces hasta negociados prolijamente en los documentos contractuales que se firman entre comitente y artista) y repetidos a lo largo de la milenaria historia del arte en el cristianismo.
Al centro de la cristiandad católica se accede a través del alegórico "abrazo" de la columnata de Bernini (1656-1667), autor también del diseño de la plaza y del baldaquino interior, todos ellos elementos barrocos. La fachada de Carlo Maderno (1626) da paso a un brazo mayor, prolongación del mismo arquitecto, que alteró la planta centralizada concebida para la Basílica de San Pedro por los anteriores maestros del Alto Renacimiento desde 1506: Bramante, Rafael, Sangallo y Miguel Ángel, cuya solución para la cúpula fijó hasta hoy el perfil del horizonte de Roma. Las Estancias Vaticanas (con los frescos de Rafael, 1508-1524) y la Capilla Sixtina (con los de los pintores del Quattrocento, 1481-1482, y los de las dos épocas de Miguel Ángel, 1508-1512 y 1535-1541) pertenecen al mismo conjunto una concentración inigualable del arte religioso de la Edad Moderna.
Los artistas italianos del siglo XV emprendieron un ambicioso proyecto estético e intelectual que sustituyera el teocentrismo medieval por un antropocentrismo humanista. Las formas artísticas tomaron como referencia los textos, esculturas y edificios supervivientes de la cultura clásica grecorromana y el estudio e imitación (mimesis) de la naturaleza a través de la razón. Un ejemplo fue el descubrimiento y aplicación de las leyes de la perspectiva. Con mecenas dispuestos a encargar obras de arte por mero placer y por el prestigio que conferían, y con un naciente mercado de arte, los temas religiosos ya no eran los únicos posibles (incluso se utilizaron las mitologías paganas), aunque siguieron siendo abrumadoramente mayoritarios.
El impacto de la Reforma protestante en el norte de Europa del siglo XVI fue muy importante, tanto en las artes visuales como en la música.
El Manierismo, la fase final del Renacimiento, retuerce y exagera las formas, en búsqueda de distintos efectos, entre ellos la espiritualidad. La Iglesia del Gesù en Roma, de Jacopo Vignola y Giacomo della Porta sentó el modelo de las iglesias jesuíticas. Además de la concepción de la fachada, el interior, muy decorado en época barroca, se diseñó arquitectónicamente para concentrar la atención en el altar mayor, renunciando al esquema tradicional de naves laterales. El estilo artístico predominante en el Bajo Renacimiento español se denomina "herreriano" o "escurialense" por la extraordinaria importancia del programa artístico en torno al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, dirigido por Juan de Herrera bajo la supervisión personal del propio rey Felipe II.
La interpretación inicial del arte barroco es la de un arte de la Contrarreforma, que hacia 1600 deseaba superar los excesos intelectuales del manierismo, potencialmente peligrosos, para conseguir un arte propagandístico en el que conscientemente predominaran los sentidos sobre la razón, y temas y personajes se identificaran con la cotidianidad más popular posible, incluso descendiendo hasta lo desagradable y morboso. Tras esa fase inicial tenebrista (Caravaggio, Ribera), el barroco católico se hizo triunfante para demostrar la superioridad de la Iglesia romana (Rubens, Pietro da Cortona, Bernini), en una fase de exuberancia decorativa (también se le llama barroco decorativo) que termina por entroncar con el rococó del siglo XVIII (un estilo radicalmente distinto y de carácter civil, incluso libertino, centrado en la intimidad de los interiores palaciegos). Tanto la Monarquía Hispánica, campeona de la contrarreforma desde Felipe II, como las fuerzas dominantes de su sociedad, estimularon el arte religioso de un modo inigualado, haciendo del barroco español, el barroco flamenco y el barroco napolitano los ejemplos más evidentes de esa identificación entre estilo e ideología.
Posteriormente, el término "barroco" se aplicó a la totalidad de las producciones artísticas del siglo XVII, incluidas las de la Europa protestante. Este barroco protestante incluye la pintura holandesa (ya nítidamente desvinculada de la pintura de Flandes católico), que no destacó por la abundancia de sus temas religiosos, no demandados por la austeridad del culto calvinista (de hecho, la única tela de tema religioso de Vermeer es una Alegoría de la fe católicaque le debió encargar un católico de Delft) y la arquitectura inglesa, que planteó la Catedral de San Pablo de Londres, de Christopher Wren, como un desafío a San Pedro de Roma. También hay algunos destacados ejemplos de arquitectura holandesa en edificios religiosos, donde se busca la concentración de la atención de los fieles no en el ábside, sino en el púlpito o el órgano como la Ronde Lutherse Kerk en Ámsterdam, de Adriaan Dortsman o la Nieuwe Kerk en La Haya de Pieter Noorwits y Bartholomeus van Bassen. El barroco protestante alemán tiene como principal exponente la Frauenkirche en Dresde, de George Bähr (luterana, a pesar de su nombre, que significa "iglesia de la Virgen").
El barroco colonial, extendido a la América española y portuguesa y a Filipinas, no se limitó a la reproducción de las formas europeas, sino que produjo un sincretismo artístico paralelo al sincretismo que se estaba produciendo en la propia religiosidad popular.
El barroco musical religioso de Bach, Vivaldi o Haendel es identificable no tanto con las creencias religiosas personales de sus autores, sino con los comitentes protestantes, católicos o anglicanos.
Con la llegada de una noción secular, no sectaria, universal del arte en la Europa Occidental del siglo XIX, el arte antiguo y medieval cristiano empezó a ser coleccionado teniendo en cuenta la apreciación artística más que la adoración, mientras tanto el arte cristiano contemporáneo fue considerado marginal. Ocasionalmente artistas seculares trataron los temas cristianos (Bouguereau, Manet) pero sólo en raras ocasiones un artista cristiano era incluido en el canon histórico (tal como Rouault o Stanley Spencer). Sin embargo, muchos artistas modernos como Eric Gill, Marc Chagall, Henri Matisse, Jacob Epstein, Elizabeth Frink y Graham Sutherland han producido piezas de arte reconocidas para las iglesias.
La imaginería es una especialidad del arte de la escultura, dedicada a la representación plástica de temas religiosos, por lo común realista y con finalidad devocional, litúrgica, procesional o catequética. Se vincula a la religión católica debido al carácter icónico de la misma, por lo que la encontramos especialmente en países de cultura católica: España, Italia, Portugal e Iberoamérica y, en menor medida, Francia, Canadá, Países Bajos y Austria, así como también Filipinas.
La técnica más habitual es la talla en madera policromada, que busca el realismo más convincente, a veces mediante vestidos y ropajes auténticos, cabellos postizos, etc. Es menos frecuente el barro cocido, la escayola y aún en menor medida la pasta de papel. Existen incluso talleres que fabrican imágenes de serie, de muy escasa entidad artística.
Si bien la representación plástica de los misterios religiosos acompaña al Cristianismo desde sus primeros siglos, será con el arte románico y gótico, desde el siglo XII al XV, donde comience la evolución de la escultura en madera o imaginería, con fin catequético. Hasta el Renacimiento tienen mucha importancia los maestros flamencos y franceses. Sin embargo a partir del Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia católica, en respuesta a la Reforma luterana, decide potenciar las artes plásticas como medio de alcanzar la atención de los fieles, desarrollándose extraordinariamente la imaginería durante el periodo barroco en el área mediterránea, la península ibérica e Iberoamérica.
Será en España donde más espectacularmente se desarrolle este tipo de escultura, desde donde se extenderá a toda Hispanoamérica. Tienen mucha importancia los pasos procesionales de Semana Santa y los retablos para las iglesias y catedrales, que cobrarán una importancia espectacular por su número, dimensiones y significación en el Barroco.